Auxiliar de Lenguas

Reflexiones sobre aprendizaje de lenguas extranjeras desde una perspectiva personal

Hay un tema que confieso me hace poner los ojos siempre en blanco cuando surge: la comparativa entre la dificultad del aprendizaje de lenguas cuando se es niño y cuando se es adulto. A menudo lo escucho en forma de comentarios por parte de adultos que, aunque imagino que se hacen sin pensar demasiado, creo que esconden un cierto sentimiento de resignación. Me refiero a frases como “ojalá hubiese aprendido X cuando era pequeña” o “claro, como a esas edades son como esponjas…”.

  

Esa idea tan aceptada de que cualquier actividad es mucho más fácil y menos traumática de completar durante la infancia me resulta muy injusta, no solo hacia los niños actuales, sino hacia quienes fuimos hace años. Una vez en nuestra etapa adulta, no valoramos realmente lo duro que es aprender y mejorar para los niños por el simple hecho de que no recordamos con nitidez nuestra propia experiencia. Sin embargo, se nos olvida que hay muchos procesos de aprendizaje que son muy duros para los niños, sin ir más lejos aprender a andar. Los niños se caen decenas de veces antes de poder andar con soltura, pero a casi ningún adulto se le ocurriría pensar que ser capaz de andar es una tarea difícil.

 

Por supuesto, tanto el cerebro como el resto del cuerpo adulto difiere del infantil, y en cuanto al lenguaje se refiere, hay muchos procesos que no vamos a poder completar de la misma forma que lo haría un niño precisamente por estas disparidades. Dicho esto, no creo que haya tantísimas diferencias entre la forma de aprender de los adultos y los niños como nos quieren hacer pensar y por eso me resulta interesante hacer paralelismos entre las capacidades reales que tienen los niños al hablar su propia lengua durante la infancia y las que puede tener un adulto.

 

En cuanto a hablar se refiere, los niños tardan mucho en comenzar a articular sus primeras palabras: desde un año a casi tres, dependiendo de factores como el desarrollo del propio niño o la cantidad de lenguas a las que esté expuesto. Una vez que empiezan a hablar, solo son capaces de balbucear palabras y frases cortas casi ininteligibles, a veces solo comprensibles para sus padres quienes, además, tienen que “traducir” al resto qué es lo que el pequeño está tratando de decir. ¿Podemos afirmar que hablan de forma perfecta desde el primer momento, como algunos adultos creen que deben hacerse con las lenguas extranjeras? ¿O quizá lo esperable sea también “balbucear” lo que se pueda e ir perfeccionándolo con el tiempo?

 

Con respecto a la lectura: se inicia a ella a través de frases extremadamente simples, siempre con apoyo de padres y educadores, para luego poco a poco introducir escritos más extensos y complejos. Lo mismo ocurre con la escritura: se presenta ante los niños el sistema de escritura de la lengua en cuestión (el abecedario, en nuestro caso) y se continúa con la escritura de palabras cortas, seguida de frases y textos sencillos. Además, los niños pasan prácticamente la totalidad del tiempo que están en el sistema educativo aprendiendo a perfeccionar su lectura y su escritura a través de numerosas tareas y exámenes. A nadie se le ocurriría que un niño que acaba de empezar a leer y a escribir fuese capaz de leer grandes obras de la literatura o de escribir una novela, simple y llanamente porque no tienen la capacidad lingüística para ello. Pero eso no significa que sean capaces de conseguirlo en el futuro, igual que cualquier adulto que empieza su aprendizaje de lenguas extranjeras.

 

Tampoco olvidemos que los niños se pasan gran parte de su etapa escolar aprendiendo vocabulario y expresiones referentes a todo tipo de especialidades y ramas. De hecho, están expuestos a prácticamente cualquier tipo de material, no solo el escolar sino el que respecta a aficiones, temas de interés, el de la televisión, de la calle… Si tuviera que elegir algo en concreto que marca la diferencia entre el aprendizaje de un adulto y de un niño a la hora de aprender una lengua sería la cantidad de exposición a la lengua a la que se ven expuestos. Desde sus primeras horas hasta el final de su desarrollo (e incluso su vida), los niños escuchan y ven la lengua por todos sitios. Esto no significa que necesariamente vayan a entenderlo todo a la primera (como muchas veces sí que esperamos de nosotros mismos al aprender una lengua en la adultez), pero si pensamos en la cantidad de horas que acumulan los niños en unos pocos años de exposición a la lengua, es más fácil entender que la diferencia real que existe entre los adultos y los niños a la hora de aprender es simple y llanamente, cuestión de horas.

 

Aprender no es tan sencillo cuando somos pequeños, solo que no solemos acordamos del todo de lo duro que fue porque ha quedado atrás en el tiempo y se han atenuado las emociones y sensaciones asociadas, entre ellas la de dificultad. A pesar de todo, un punto a favor del aprendizaje cuando se es adulto es que, al tener el cerebro totalmente desarrollado, tenemos una capacidad mucho mayor de trabajo. Sí podemos decir que hay algo más difícil a la hora de aprender para un adulto, y es que tendremos que ser proactivos en cuanto a “echar horas”, tanto en el tema de exposición a la lengua como de práctica, para llegar a un nivel similar al que tendría alguien nativo de nuestra edad en esa lengua. Eso, mejor que elegir lamentarnos sobre el hecho de que no somos niños y aparentemente nunca podremos estar a la altura.

  

Aprender y mejorar, tanto en la infancia como en la adultez, tienen verdadero mérito. Cuando somos pequeños hay una fuerza innata que nos empuja a a mejorar y a aprender una lengua: el instinto de supervivencia. Ahora esto ya no importa, pero hace años no ser capaz de entender ni de producir mensajes en la lengua de la tribu suponía que las posibilidades de sobrevivir se reducían al mínimo. En la edad adulta ya podemos comunicarnos al menos en una lengua y aprender una segunda no es tan vital, y además, tenemos emociones que pueden bloquear la adquisición como pueden ser la vergüenza, el miedo o el rechazo, que a su vez pueden alimentar frases que nos hagan resignarnos y permanecer estáticos ante el cambio como son las de arriba. En nuestras manos está decidir cómo actuar ante ellas.